Hermana Soledad, eres un evento de la vida cotidiana y a veces es un misterio tu existencia, nos acompañas en todo momento, pero sólo nos damos cuenta de tu presencia cuando estamos sólos o cuando llega el atardecer de nuestra vida.
Hermana Soledad, qué silencio tan grande cuando me rodeas; qué pesada te vuelves en los momentos solitarios, tristes y difíciles de nuestro existir. Pero hieres mucho más nuestros corazones, cuando nuestro cuerpo envejece lentamente y va terminando nuestra existencia en este valle de incomprensiones.
Hermana Soledad, me conforta que tú serás la única que no me abandonará, siempre estarás presente en mi vida. Ayúdame a vivir contigo, ayúdame a ser tu amigo(a), quiero que me acompañes en los últimos días de mi vida y me platiques como acompañaste a Nuestro Señor Jesucristo en los últimos días de su Santísima Pasión.
Hermana Soledad, en este silencio de mi alma, inspírame buenos pensamientos, abrázame como si fuese tu mejor amigo(a) y cuando llegue el momento final de mi vida, ayúdame a entregarme como si fuera un cordero tierno, dócil y paciente a la Hermana Muerte; para que ella me lleve sin sobresaltos ni angustias al Amor de los Amores, al Sabedor de Dolores, al que todo lo ve y todo lo sabe; para que finalmente descanse en paz, en los brazos de Nuestro Amado Señor Jesucristo por toda la eternidad.
Elaborado el sábado, 3 de diciembre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario